La Falacia Especista

El que discrimina, da trato de inferioridad a un sujeto por tener un tipo de cualidad, o por carecer de alguna otra. Por lo tanto, lo que hace es negar la igualdad, aunque no exista razón lógica para suponer que esa diferencia de aptitudes justifique una diferencia en la consideración que damos a sus intereses.

En el caso del especista, él presupone una inferioridad por parte de los animales por el mero hecho de pertenecer a una especie diferente y da más valor a las características humanas por sobre la de los no humanos. Esta postura es el engranaje clave para todo un aparato generador de capital y tortura. No es casualidad que este prejuicio sea el sustento de las industrias actuales y contractuales; el sistema necesita a quienes explotar.

Ahora, como todo régimen antinatural, el especismo presenta sus contradicciones (la mayoría se ve en el seno mismo de la sociedad creada por él). Analizaremos dos puntos claves.

1. Sujeto y objeto

¿Por qué sentimos culpa al ver un animal que está siendo maltratado? Esta pregunta es importantísima y todos deberían formulársela.

Nos han culturalizado bajo una concepción cosificadora de los no humanos, propia del paradigma reinante. Ya desde el jardín nos estimulan con imágenes de distintos animales “de granja”: aprendemos sus nombres y de qué nos provee cada uno. Por supuesto que en este juego de moldear esclavos funcionales, no se ahonda sobre los métodos utilizados, ni siquiera sobre el tipo de producto obtenido (¿qué es un huevo? ¿qué es la leche? ¿qué es la carne? Muy en claro no lo tienen ni los infantes ni los adultos). Todo está planificado de antemano, desde el comienzo, para que no nos hagamos esas preguntas y para que sea dificultoso responderlas.

Sin embargo, la naturaleza empieza a mostrar ya tempranamente sus objeciones: La mayoría de los niños rechazan el consumo de carne aún a pesar de no conocer su procedencia. A medida que crecemos y vamos adquiriendo conciencia de que el objeto que está sobre nuestro plato antes fue un ser sintiente con intereses iguales a los nuestros, empieza a abalanzarse sobre nosotros el rigor de la educación familiar-institucional (más o menos permisivo según el caso). Ni hablar del dilema de los animales llamados “mascotas”: Debemos cuidar nuestro perro de cualquier daño que atente sobre él, atenderlo en sus necesidades y compartir su vida emocional; pero la vaca es “sacrificada”, sus instintos básicos son coartados y no se la respeta en ningún sentido. ¿Acaso no son ambos animales no humanos? ¿No son ambos seres sintientes, capaces de percibir tanto el dolor como el placer?

Cada animal es un individuo único y centro de su propia existencia. Es un sujeto. Al privarle de la subjetividad, lo único que logramos es reducir la realidad propia de ese ser; lo parcializamos eliminando lo distinto en él. En definitiva, lo que estamos haciendo al tratar al otro como una cosa es dañarlo.

2. Protección Selectiva

Con las protectoras de animales se da un caso particular de discriminación positiva (la que discrimina a favor de los discriminados). Se decide seleccionar una especie definida para brindarles “protección” excluyendo a las otras. Esto sirve sólo si no hay discriminación de quienes son iguales a esos protegidos (se podría decir que las gallinas reciben un daño “mayor” al de un perro en una situación de maltrato). Lo importante es a quién se le causa ese daño.

Los compañeros son entre los animales, un grupo favorecido de acuerdo a sus características y a la circunstancia que les tocó interpretar, mejor dicho, que el humano obligó a que interpreten. Pero igual sucede con los que privilegian una especie salvaje.

Por eso, para no dar sustento ni fomentar la industria que lucra con las vidas de familias enteras, ¡no compremos animales no humanos!